Al acabar el curso 1983-84, el Colegio P. "Jesús Maestro" cumplía trece años, pues había sido inaugurado en 1971, después de varios años con aulas en Fuentesnuevas y en varios bajos de casas en el barrio de Cuatrovientos.
Así fueron los comienzos de la Enseñanza Pública de un barrio nacido hacia 1941. Antes, hubo academias y clases particulares.
El Colegio lo exigía el impulso poblacional y lo promovía doña Trinidad Crespo Alvarez, renovadora de la enseñanza e inmuebles en todos los municipios del Bierzo. Justa mención y reconocimiento a quien visitó repetidamente todas las escuelas, maestros y alcaldes tanto en el llano como en la montaña.
Solíamos hacer excursiones excursiones de fin de curso y otras salidas. Me dicen que fuimos los primeros en esa iniciativa que acostumbraba a ir a las costas mediterráneas.
En el año citado, cambiamos la playa por la montaña, para ir al Parador de los Ancares, obra del ministro Fraga Iribarne.
La fecha tan esperada para los alumnos de octavo, llegó.
"Que por mayo, era por mayo, cuando hace la calor..." los padres se organizaron para llevarnos allá.
Tras la despedida de las familias, salió el cortejo atravesando Camponaraya con su reloj, sus bodegas y la industria del cristal; Cacabelos con sus vinos, la Moncloa, San Roque, las Angustias y el puente sobre el río Cúa; Villafranca, la del Castillo de Peña Ramiro, San Francisco, la Puerta del Perdón, Conventos, los Paules, la Colegiata y su calle del Agua, antes de Ribadeo que esperaba el tren.
Llegamos luego a Trabadelo, la Portela y Ambasmestas donde giramos hacia Quintela y Balboa con su noble iglesia y Castillo en ruinas.
Acotamos que hoy el Bierzo es tierra de castillos: Ponferrada, Sarracín, Balboa y Cornatel todos felizmente restaurados.
Pasado Balboa, la ruta serpentea para subir al biprovincial Portelo, bajar a Puente Doiras y ascender hasta la Campo de Degrada, "carrefour" donde nos esperamos, para hacer juntos la entrada al Parador donde hubo saludos al personal y un vistazo al comedor y dormitorio que albergarían a sus hijos una "semaniña enteira."
Siguió luego un distendido reconocimiento del entorno y sonó la hora de almorzar, sentados en larga
.mesa en la que no faltaron el caldo gallego y el lacón con grelos.
Henchidos de entusiasmo con pequeño zurrón y cantimplora , avanzamos hasta las cumbres de la Sierra de Ancares, todas de altitud cercana a los dos mil metros.
La primera meta fue Tres Obispos, remedo de Peña Trevinca.
Tras trepar por rocas de granito y otear el inmenso paisaje que desde allí se divisaba, hubo que aclarar lo de los tres obispos que nadie veía, ya que los Ancares son parte de tres provincias: Lugo, León y Oviedo.
Retozamos allí un par de horas, acercándonos a la cumbre más occidental de Peña Rubia, conocida por su refrescante fuente.
Con toda parsimonia, fuimos retornando a la base de nuestras incursiones.
Una fresca ducha, toque de fagina y cena amena de comentarios de lo visto y sentido.
Hubo un tiempo de juegos, bar, sofá,TV y ...toque de retreta con escalada a lo alto del inmueble. Alli nos esperaban colchonetas y mantas sobre tarima flotante y pulida de roble.
Algunas madres habían insinuado algún problema de sueño, pero, antes de diez minutos, cayó sobre aquella estampa un silencio sepulcral hasta el amanecer.
Algunos despertaron temprano y se descolgaron sigilosos hasta la escalinata de piedra que peraltaba el edificio. Allí tuvieron la mágica experiencia de mirar al orto, contemplar el crepúsculo rosicler de la mañana y la solemne ascensión del sol que pintaba de luz y colores aquellos valles y montañas donde las aves con sus vuelos y trinos ponían una nota de alegría.
Pronto bajaron todos al desayuno y salimos con calma hacia Tres Obispos, para volver a escalar sus rocas y crestas con piernas ágiles y frescas.
La siguiente cumbre fue el Mostallar, palabra leonesa que significa mostajo, serbal o alcapudre, árbol típico ancarés, con sus hojas pinnadas cual pluma de ave y bayas rojas. Cerca, una mata de acebo de hojas coriáceas y bayas rojas también. Era el refugio y alimento para el exótico urogallo, así como tres grados más de calor en las gélidas noches y días invernales.
Todos subidos en las crestas de la Sierra, comentamos que, al norte, abesedo, estaban los pinares y neveros de la provincia lucense; al sur, solana, tierras del Reino de León que, hace doscientos años fueron de la frustrada "Provincia del Bierzo"
cuyo segundo centenario estamos recordando.
Alguien sugirió: - Qué tal si comemos aquí?
Dicho y hecho.
Pronto, saltando de roca en roca, como vadeando un río, nos fuimos acercando a la cumbre del Piornedo, palabra derivada de piorno, arbusto familia de la retama y la escoba que pintan de amarillo aquel paisaje.
Desde aquella cima,
admiramos toda la "Olla Berciana" y la meridional Aquiana con sus valles, riberas y pueblos.
Era un adiós a todo el Bierzo y a la siguiente cumbre, Miravalles, reina de los Ancares, que vemos destacar en el horizonte desde nuestro Cuatrovientos.
Las chicas, siempre en cabeza, descubrieron alborozadas, al norte, una pista de esquí: una vallina con nieve, lujuriosos pastos y una aldea al fondo.
En un grupo de adolescentes, nunca falta un valiente que se atreva a un gran slalon de descenso.
Ni qué decir que nadie quisimos ser menos.
El descenso y exigía bajar sentados, con las manos sobre la nieve a modo de remos.
Al frío insoportable de aquel roce, soltábamos los remos y perdíamos la compostura para llegar embalados a la pradera encharcada boca arriba, con la cabeza por delante soltando chorros de agua a cada lado cual barcas en el mar.
El valle hacía más sonoras las risas de la tropa.
Entramos luego en la aldea de Piornedo, siendo retenidos por aquellas pallozas milenarias y sus regatos.
Al lado norte del pueblín, nos esperaba la ruta asfaltada que nos llevaría a la Campa de Degrada.
Echamos a andar con frenesí, pero Chema se metió en un fértil maizal a "remojar los garbanzos."
Pasados unos minutos, alguien reparó en que el intruso no volvía. Un exiguo grupo fuimos a buscarlo dando estentóreas voces.
Supimos más tarde que, desorientado y nervioso, había salido al fondo opuesto del maizal donde encontró un camino hondo y solitario que le devolvió a la aldea.
Ojo, no perdamos el respeto al monte ni a un maizal, nos puede salir cara esa inconsciencia.
Atardecia y las carrocetas y camiones de las madereras retornaban a sus aldeas, tras una jornada de sierra, arrastre y apilar pinos. Al pasar, vieron al chaval y lo auxiliaron.
El grupo de rescate volvió a la carretera sin el desaparecido, pero el prófugo ya no estaba en aquel lugar.
De súbito sentimos amarga angustia, anochecía.
A paso ligero, alcanzamos al grueso del grupo que con sus voces, a distancia, desvanecieron nuestros peores temores.
Subimos raudos la cuesta sin sentirla.
En Degrada , nos juntamos todos en el bar de la Campa, para partir pronto hacia nuestro albergue donde nos esperaba una fresca ducha, una rica cena y un dormir como lirones, tras un dia tan repleto de sorpresas y emociones.
Nuestra estancia iba a finalizar con el nuevo día.
La última salida sería hacia el oeste de Degrada, en dirección a San Román de Cervantes que nos recordaba a los quijotes y sanchos que pululamos por España y por el mundo. En Galicia se dice que Miguel Cervantes Saavedra era oriundo de estos lares que hoy recorremos.
La bajada por una pista de tierra era pronunciada, aunque se compensaba con una mañana acogedora.
Bajamos hasta la aldea de Quindós con su palacio del siglo XVI. No poca curiosidad despertaba en nosotros ese apellido tan extendido por el Bierzo y el mundo, pues yo tengo un libro, comprado en Barcelona, titulado: " Los Quindós en el mundo.". Entre nosotros venían dos apellidos Quindós.
Allí comimos y descansamos para luego volver al punto de salida, por una senda que bordeaba un arroyo cantarín, con fuentes, sombra y pequeños remansos con una fauna rica.
En uno de ellos, Chema encontró varias serpientes pequeñas y las exhibia en la mano, cosa a la que no todos de atrevieron.
Querían traerlas para casa, a lo que sugerí que mejor las atendería su madre y las dejaron en su hábitat.
Enseguida alcanzamos una pista forestal sin pendiente que nos llevó a la Campa de nuestros encuentros.
En su oportuno bar, nos entretuvimos con un partido internacional de España.
Ya de camino al Parador volvíamos la vista atrás, para despedirnos de aquella lenta y romántica puesta de sol en los confines de Galicia.
Llegado el día final de nuestra experiencia, decidimos añadir un desafío más bajando a pie hasta Villafranca, monte a través.
Así que atravesamos la reserva de caza en la que pudimos ver de paso corzos, rayones y hasta un huidizo lobo.
Afrontamos valientemente un repecho sin camino siguiendo las sendas que trazaban las vacas del monte para subir con menos esfuerzo.
Los odiosos incendios habían dejado los troncos y de los piornos tan quemados que nos tiznaban la cara, manos y ropa, amenazando seriamente los ojos.
A esos ennegrecidos tronquitos llamaban las gentes de la región " gabuzos", en pasados tiempos sin luz en los pueblos y casas.
Se colgaban de las pregancias y se encendía la punta colgante. Su calor hacía una brisilla ascendente que mantenía incandescente aquella pavesa, cuya lucecilla les orientaba y daba compañía en aquellas largas y oscuras noches de tanta soledad.
Resoplando alcanzamos la cima. Sólo nos quedaba bajar y bajar a la vera del río Porcarizas y Burbia.
Pasados Villar de Acero, la Vegueliña, Ribón y los Cascallos, la tarde ya iba cayendo. Sólo anhelábamos divisar los coches de los padres que, presintiendo nuestro cansancio, se adelantaron en nuestro auxilio. Dicen que una ayuda, hasta en el infierno.
Nos esperaba la vieja Charola de Villafranca y una opípara cena de dieciséis, 16 platos en el menú.
Fue el mejor colofón que merecían nuestras hazañas por Sierra de Ancares, adonde ya pensábamos volver algún día no lejano. Sentimos la felicidad que sigue al esfuerzo en todo.
8 - 12 - 2021
EN EL CINCUENTENARIO DEL COLEGIO P. "JESÚS MAESTRO"